martes, 6 de noviembre de 2018

Junqueras ultima su asalto a Puigdemont desde la cárcel

BARCELONA.- Un año de prisión ha servido a Oriol Junqueras para diseñar el plan con el que pretende arrebatar las riendas del procés a Carles Puigdemont, consumando así su venganza contra el ex president, según adelanta hoy El Mundo

El líder de ERC no ha olvidado que el prófugo huyó a Bélgica tras engañar a su Govern, ni que consiguió mantener el timón de la causa tras estafar al electorado independentista al prometer que sólo su victoria en las elecciones del 21-D garantizaba la instauración de la república, la restitución del Ejecutivo catalán cesado en aplicación del artículo 155 y su propio regreso al Palau de la Generalitat para volver a ser investido como president.
La relación entre Junqueras y Puigdemont llegó ya muy deteriorada a la campaña electoral de las elecciones autonómicas. La desconfianza se fraguó en los meses previos a la celebración del referéndum del 1-O y estalló antes de la declaración unilateral de independencia, cuando Puigdemont flirteó con la posibilidad de convocar elecciones contra el criterio de los republicanos en lugar de arrastrar al Parlament a la desobediencia y proclamar la secesión, como defendía el partido del vicepresidente y acabó ocurriendo.
El 2 de noviembre de 2017, el encarcelamiento del jefe de filas de ERC en la prisión de Estremera marcó un punto de no retorno en la relación de los dos líderes del movimiento independentista. En adelante, Junqueras dedicaría todos sus esfuerzos a acabar con el reinado de Puigdemont. Empresa en la que todavía continúa volcado.
El presidente de ERC perdería el primer asalto cuando, contra todo pronóstico, Junts per Catalunya se convirtió en la fuerza separatista más votada en los comicios autonómicos convocados por Mariano Rajoy tras intervenir la Generalitat, cesar al Govern y disolver el Parlament que acababa de violar el orden constitucional.
Junqueras fue incapaz de contrarrestar las inaplicables promesas electorales que su rival lanzaba diariamente por videoconferencia desde Bruselas aprovechando su condición de prófugo de la Justicia.
El líder republicano no se atrevió a advertir a los votantes independentistas de que el autoproclamado «president legítimo» no tenía intención alguna de volver a Cataluña para ser detenido y acabar en prisión, como sugirió tras comprobar que las encuestas auguraban una holgada victoria de ERC sobre su candidatura.
Pero, digerida esa derrota, Junqueras emprendió un contraataque que empieza a dar sus frutos. La primera y más importante decisión del presidente de ERC fue continuar dirigiendo el partido desde la cárcel, a pesar de las evidentes limitaciones logísticas.
Y su primera orden, tras esfumarse la posibilidad de que ERC gobernara la Generalitat, fue evitar que Puigdemont fuera investido president a distancia. El pasado 30 de enero, el presidente republicano del Parlament, Roger Torrent, suspendía el pleno en el que el líder de Junts per Catalunya iba a ser ungido jefe del Ejecutivo catalán desde Bélgica.
ERC, que había empujado a Puigdemont a desobedecer al Tribunal Constitucional para declarar la independencia el 27-O, decidía ahora respetar el veto del Alto Tribunal a la elección de Puigdemont.
Junqueras acabaría aceptando a Quim Torra como presidente de la Generalitat para que la legislatura echara a andar y disponer del tiempo suficiente para que los incumplimientos de Puigdemont fueran cayendo por su propio peso, situando a ERC como el partido independentista más realista y al ex president como un dirigente desnortado y capaz de mentir a sus seguidores para seguir en la primera línea política.
Rebasado el aniversario del 1-O y del 27-O, la figura de Puigdemont no deja de devaluarse. El ex presidente de la Generalitat no sólo no ha sido investido, sino que tiene que conformarse con presidir el Consell per la República, un ente vacío de contenido sin atribuciones ejecutivas.
Mientras tanto, Junqueras se ha consolidado como el principal interlocutor del soberanismo, a pesar de su encarcelamiento. La procesión de visitantes que han acudido a la cárcel de Lledoners a escuchar los planes de Junqueras es inacabable.
Antes de la célebre reunión con Pablo Iglesias, el jefe de ERC había recibido al lehendakari Íñigo Urkullu, a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, al presidente de la CEOE, Juan Rosell, o a los secretarios generales de CCOO y UGT, Unai Sordo y Josep Maria Álvarez.
Una capacidad de convocatoria que contrasta con el vacío que el propio bloque independentista está haciendo a Puigdemont, quien recientemente tuvo que anular la cumbre que había convocado en Waterloo por la negativa a asistir de partidos como la CUP, otrora firme defensora de la restitución de Puigdemont como president.
Junqueras sólo espera ahora a las próximas citas electorales para asestar el golpe de gracia a Puigdemont. El primer objetivo es ganar la Alcaldía de Barcelona, para lo que el presidente de ERC ha recurrido a Ernest Maragall como candidato y se ha negado en redondo a compartir candidatura con el eventual candidato de la Crida Nacional, el nuevo partido de Puigdemont, que todavía no tiene alcaldable.
La contienda de Barcelona servirá, asimismo, para explorar la ruptura definitiva del bloque independentista, pues Junqueras se propone explorar una alianza con los comunes independientemente de si Maragall resulta ganador o si es Ada Colau la que repite como aspirante más votada.
Un ensayo que el presidente de ERC estudia hacer extensivo a la Generalitat cuando, tras las sentencias del procés, Torra convoque elecciones anticipadas. El terremoto generado por las penas de cárcel contenidas en los escritos de Fiscalía y la Abogacía del Estado la semana pasada se multiplicará. Junqueras confía en que, para entonces, Puigdemont haya perdido toda su crebilidad entre el votante secesionista, algo a lo que ya apuntan las últimas encuestas.
Combatir a Puigdemont en suelo internacional completa la estrategia de un Junqueras, que se ha designado candidato de ERC a las europeas con ese fin. Con el objetivo de eclipsar al ex presidente de la Generalitat como embajador de la causa separatista y consumar una revancha ingeniada desde prisión.

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