Los manuales
de periodismo desaconsejan arrancar las informaciones con una frase
entrecomillada. Pero ésta es una cita muy tentadora. “A mí personalmente
la palabra comunismo me sigue emocionando por dentro y hasta las
entrañas, pero hay que admitir que a mucha gente la palabra comunista le
echa para atrás, y si queremos que políticamente una mayoría nos apoye
hay que dejar de utilizarla.”
No
hace falta, a estas alturas, decir quien es el autor de esta frase,
porque todo el que quiera saber conoce el origen de los dirigentes de
esa izquierda que viene.
La implosión de la Unión Soviética
abrió un enorme socavón entorno a los partidos comunistas
occidentales y sus organizaciones limítrofes, pero más de 25
años después la izquierda anticapitalista española ha renacido
fecundada por una especie de realismo mágico bolivariano, una
variante de marxismo tropical que tiene a Fidel como patriarca y a
Chávez como ausente, aunque quede mejor decir que han leído más a
Gramsci que el Granma.
Pero ni La Habana ni Caracas son los puntos
cardinales de esta nueva izquierda, aunque formen parte de su
geografía sentimental y profesional. La nueva izquierda
anti-capitalista española es profundamente castiza, hija de la
libertad y de una mejora de las condiciones de vida que cuando se
ven frustradas crean un profundo resentimiento. La transición
queda bastante más lejos que la caída del muro de Berlín y hoy la
izquierda anticapitalista – que presume de juventud y
heterodoxia en cualquier ámbito social o político- encabeza la
protesta para exigir al sistema lo que la crisis ha segado. Estado
del Bienestar para todos.
El éxito sobrevenido a Podemos en
menos de veinticuatro meses, en la sucesivas elecciones --
europeas, municipales/autonómicas y generales, una
auténtica burbuja de votos, ha reseteado todo el discurso
político de la izquierda de la izquierda y ha desembocado en la
alianza electoral Podemos/Izquierda Unida que hace temblar al Partido
Socialista Obrero Español (PSOE).
La dimensión del éxito del
grupo que ha encabezado Pablo Iglesias –grupúscuculo debían
considerarlo en el PCE cuando se fundó Podemos con partido
político en enero de 2014- es la petición de relaciones de
Izquierda Unida, cuyo esqueleto ha sido siempre el PCE, sin que ello
signifique matrimonio. Quieren ir juntos del brazo a las
elecciones pero nadie duda cual es la fuerza dominante.
El
entrismo, en la vieja tradición no sólo totskista, se practicaba
para empotrarse en las masas. Y hoy están en Podemos y sus
confluencias. Hay voces críticas que indican que IU se disolverá
en Podemos, aunque en el PCE, veáse el reciente congreso, aspiran a
penetrarlos.
Pero la nueva alianza puede despertar viejos
fantasmas de aquí al próximo mes de junio. El peligro rojo, ese un
viejo tópico que parecía tan embalsamado como la momia de Lenin,
puede despertarse con otro rostro. El de la crisis griega. Porque hoy
la imagen de los antisistema ya no son hoy los viejos partidos
comunistas, ni sus organizaciones pantalla.
Alexis
Tsipras representó en su momento el sueño de Pablo Iglesias y el
movimiento Syriza era el espejo en que se miraba Podemos. Hoy
tendrán que buscar culpables para el desastre --¿tal vez el propio
Tsipras?- que vive la sociedad griega que está más cerca de España que
la Venezuela de Maduro, otro ejemplo de bancarrota moral y política.
Pero
hoy la sociedad española se informa y se conforma desde la
televisión, un medio que ha sido generoso con Podemos y ellos han
sabido aprovecharlo. Su capacidad de agitación y propaganda ha
estado a la altura intelectual del medio, aunque reserven sus
mejores momentos para medios más literarios. Dónde habla de sus
conexiones/confluencias con sectores secesionistas. Una
pregunta y una respuesta, íntegras, de una larga entrevista con
Pablo Iglesias en el medio digital Jot Down. Hay que apreciar los
matices.
“Quizá no elaborado de este modo, pero ¿puede ser que
parte de vuestro electorado asocie el proyecto independentista
con las clases medias-altas en Cataluña?
Eso es otra cosa, pero
ahí me da un miedo enorme entrar porque luego salgo trasquilado.
[Risas] Entramos en cuestiones que son enormemente ciertas pero que
no se pueden decir. Eso me lo decía Josep Cuní en una entrevista: «Lo
fundamental en Cataluña, Pablo, no es lo que puedes decir; es lo que
no puedes decir».
¿Que hay un elemento identitario que tiene
que ver con la clase social en algunas zonas de Cataluña y que
implica un comportamiento electoral? Vamos, no me jodáis, pues
claro que sí. Un chaval me decía que solo hacíamos mítines en el
extrarradio. Pues había un elemento que claramente explicaba que
eso no es la Cataluña «de verdad», porque se parece más a España que
la Cataluña que me gusta a mí. Pero de esto no se puede hablar.”
Hay cosas que es mejor que no se sepan.
(*) Periodista
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