Hoy 28 de octubre de hace un año, tras declarar unilateralmente la
independencia de Cataluña (DUI) y, sin oír a muchos de sus consejeros
que le pedían que diese un paso atrás y convocase nuevas elecciones
autonómicas, Carles Puigdemont, tras comprobar la publicación de la
intervención de la Autonomía por el Gobierno central, gracias al
artículo 155 de la Constitución aprobado por el Senado por el que se
destituía al presidente de la Generalitat, y a todos sus consellers,
ponía en marcha su plan de fuga, para no asumir sus responsabilidades
penales, de las que había sido advertido previamente, por lo que era un
golpe a la legalidad de la Constitución Española.
Mientras, en Madrid se abría una crisis interna por el terror que
tenia al Gobierno a aplicar una medida de ese tipo de imprevisibles
consecuencias, y que, en realidad, debió ponerse en marcha en el mes de
septiembre, cuando se aprobaron en el Parlamento catalán, las leyes de
desconexión que permitieron la convocatoria del Referéndum del 1 de
octubre, un referéndum que el equipo jurídico de Moncloa, dirigido por
la vicepresidenta Saenz de Santamaría, aseguraba que no se llegaría a
celebrar.
Días antes de su celebración, en la Casa Blanca, ante Donald
Trump. El propio Rajoy afirmaba solemne y seguro, que no habría
referéndum de independencia en Cataluña porque era ilegal y porque ni
había urnas ni había censo.
Hubo urnas, hubo censo (parcial, pero hubo) y hubo Declaración
Unilateral de independencia (DUI). Y, sobre todo, hubo división del
independentismo desde el mismo momento, que el presidente de la
Generalitat que había dado orden de que todos estuviesen en su puesto de
trabajo, a pesar de la intervención de la Autonomía, tenía todo
preparado para huir y exiliarse. Su coartada oficial iba a ser que había
que “internacionalizar el conflicto” y su plan de fuga estaba
perfectamente preparado.
Contaba con la ayuda de varios mossos,
especialmente de un matrimonio de mossos (un cabo de la Brigada Móvil y
una subinspectora de Tráfico) que le dejó un todoterreno -hasta la
frontera se cambió de coches en varias ocasiones- un sargento de su
escolta personal que se encargó de todo el plan hasta la llegada a
Bruselas y su propia esposa, Marcela Topor, cuya labor principal era
despistar para que nadie supiese que su marido había salido de casa y
tener el máximo tiempo posible para ocultar la huida.
Un año después, el independentismo está más dividido que nunca
especialmente entre los que huyeron para no enfrentarse a la justicia y
los que, sabiendo de su futuro, permanecieron en sus puestos y están
procesados por rebelión, sedición y malversación de fondos públicos.
Puigdemont no solo huyó abandonando a todos sin consultarles nada, sino
que sigue manejando el procés, a pesar de haber nombrado Presidente a
Quim Torra, mientras adquiere más protagonismo la figura de Oriol
Junqueras, el hombre de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La
última jugada del exiliado, ha sido la presentación, este fin de semanam
de un Movimiento bautizado como “Crida Nacional per la Republica”.
En
esa presentación, Quim Torra ha vuelto a cerrarle la puerta a su
interlocutor el presidente del Gobierno de España (“el crédito político
el señor Sanchez se ha acabado”) y ha insistido en repetir que los
catalanes no están dispuestos a aceptar ninguna condena para sus
políticos presos.
El mejor resumen de lo que ha sido este año lo ha hecho Josep Borrel,
ministro de Asunto Exteriores del Gobierno de Sánchez, en el Prólogo
que ha escrito para el libro que la Editorial Debate acaba de publicar
sobre la “Anatomía del Procés”.
Según Borrell, Catalunya tiene un
presidente vicario de Carles Puigdemont que pretende dar continuidad al
proceso independentista; el Govern está en manos de un nacionalista
esencialista con tintes xenófobos que considera que Catalunya es una
colonia de España sumida en una “crisis humanitaria” y para la que la
única solución es aplicar aquí lo que ocurrió en Kosovo.
“Lamentablemente, y a pesar del indudable cambio de talante que
representa la llegada del nuevo Gobierno a la Moncloa, -cree Borrell-,
no hay razones poderosas para el optimismo en el plano político e
institucional. Tampoco las hay en el plano social, en el que cada día
que pasa se agudiza la creciente división que se está produciendo en la
sociedad catalana”.
“Este clima de fraccionamiento civil propicia el
surgimiento de escenas de enfrentamiento en el espacio público –las
últimas, en las playas- que anuncian que lo peor, todavía puede estar
por llegar. En cualquier momento puede saltar una chispa que haga el
juego a los partidarios de la “solución Kosovo” para Catalunya.
Para Borrel “lo peor está por llegar…”
(*) Periodista y economista español
No hay comentarios:
Publicar un comentario