domingo, 28 de octubre de 2018

A un año de la huida de Puigdemont, lo peor está por llegar / José Oneto *

Hoy 28 de octubre de hace un año, tras declarar unilateralmente la independencia de Cataluña (DUI) y,  sin oír a muchos de sus consejeros que le pedían que diese un paso atrás y convocase nuevas elecciones autonómicas, Carles Puigdemont, tras comprobar la publicación de la intervención de la  Autonomía por el Gobierno central, gracias al artículo 155 de la Constitución aprobado por el Senado por el que se destituía al presidente de la Generalitat, y a todos sus consellers, ponía en marcha su plan de fuga, para no asumir sus responsabilidades penales, de las que había sido advertido previamente, por lo que era un golpe a la legalidad de la Constitución Española.

Mientras, en Madrid se abría una crisis interna por el terror que tenia al Gobierno a aplicar una medida de ese tipo de imprevisibles consecuencias, y que, en realidad, debió ponerse en marcha en el mes de septiembre, cuando se aprobaron en el Parlamento catalán, las leyes de desconexión que permitieron la convocatoria del Referéndum del 1 de octubre, un referéndum que el equipo jurídico de Moncloa, dirigido por la vicepresidenta Saenz de Santamaría, aseguraba que no se llegaría a celebrar. 

Días antes de su celebración, en la Casa Blanca, ante Donald Trump. El propio Rajoy afirmaba solemne y seguro, que no habría referéndum de independencia en Cataluña porque era ilegal y porque ni había urnas ni había censo.

Hubo urnas, hubo censo (parcial, pero hubo) y hubo Declaración Unilateral de independencia (DUI). Y, sobre todo, hubo división del independentismo desde el mismo momento, que el presidente de la Generalitat que había dado orden de que todos estuviesen en su puesto de trabajo, a pesar de la intervención de la Autonomía, tenía todo preparado para huir y exiliarse. Su coartada oficial iba a ser que había que “internacionalizar el conflicto” y su plan de fuga estaba perfectamente preparado. 

Contaba con la ayuda de varios mossos, especialmente de un matrimonio de mossos (un cabo de la Brigada Móvil y una subinspectora de Tráfico) que le dejó un todoterreno -hasta la frontera se cambió de coches en varias ocasiones- un sargento de su escolta personal que se encargó de todo el plan hasta la llegada a Bruselas y su propia esposa, Marcela Topor, cuya labor principal era despistar para que nadie supiese que su marido había salido de casa y tener el máximo tiempo posible para ocultar la huida.

Un año después, el independentismo está más dividido que nunca especialmente entre los que huyeron para no enfrentarse a la justicia y los que, sabiendo de su futuro, permanecieron en sus puestos y están procesados por rebelión, sedición y malversación de fondos públicos. 

Puigdemont no solo huyó abandonando a todos sin consultarles nada, sino que sigue manejando el procés, a pesar de haber nombrado Presidente a Quim Torra, mientras adquiere más protagonismo la figura de Oriol Junqueras, el hombre de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La última jugada del exiliado, ha sido la presentación, este fin de semanam de un Movimiento bautizado como “Crida Nacional per la Republica”. 

En esa presentación, Quim Torra ha vuelto a cerrarle la puerta a su interlocutor el presidente del Gobierno de España (“el crédito político el señor Sanchez se ha acabado”) y ha insistido en repetir que los catalanes no están dispuestos a aceptar ninguna condena para sus políticos presos.

El mejor resumen de lo que ha sido este año lo ha hecho Josep Borrel, ministro de Asunto Exteriores del Gobierno de Sánchez, en el Prólogo que ha escrito para el libro que la Editorial Debate acaba de publicar sobre la “Anatomía del Procés”. 

Según Borrell, Catalunya tiene un presidente vicario de Carles Puigdemont que pretende dar continuidad al proceso independentista; el Govern está en manos de un nacionalista esencialista con tintes xenófobos que considera que Catalunya es una colonia de España sumida en una “crisis humanitaria” y para la que la única solución es aplicar aquí lo que ocurrió en Kosovo.

“Lamentablemente, y a pesar del indudable cambio de talante que representa la llegada del nuevo Gobierno a la Moncloa, -cree Borrell-, no hay razones poderosas para el optimismo en el plano político e institucional. Tampoco las hay en el plano social, en el que cada día que pasa se agudiza la creciente división que se está produciendo en la sociedad catalana”. 

“Este clima de fraccionamiento civil propicia el surgimiento de escenas de enfrentamiento en el espacio público –las últimas, en las playas- que anuncian que lo peor, todavía puede estar por llegar. En cualquier momento puede saltar una chispa que haga el juego a los partidarios de la “solución Kosovo” para Catalunya.

Para Borrel “lo peor está por llegar…”


(*) Periodista y economista español


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