Ciertamente, no escarmientan. Lejos de plantearse PP y PSOE si hay
alguna opción de mejorar los órganos de dirección de la justicia, y en
el momento que ésta sufre sin discusión alguna su mayor descrédito en
décadas, hemos sabido que están a punto de cerrar un acuerdo para la
renovación del Consejo General del Poder Judicial
consistente en que la derecha tendrá diez candidatos y la izquierda
otros diez y que tan solo se pelean por la presidencia. O sea, por el
sustituto del nefasto Carlos Lesmes.
Dicen
que las conversaciones las llevan la actual ministra de ramo, María
Dolores Delgado, y su antecesor, el popular Rafael Catalá.
Es que es fantástico: se pueden decir de todo, haber roto relaciones,
calificarse de progolpistas unos y de filoultras los otros. Pero
cuidado: con las cosas de comer no se juega y el reparto de sillas en
un organismo clave de la justicia hay que acordarlo sin debate alguno.
¿No sería más oportuno a la vista del fracaso actual en la elección de
miembros del CGPJ buscar un sistema diferente? Abrir este debate para
qué, deben pensar. A la postre solo restaría poder a los partidos, algo
que, obviamente, no les interesa.
La justicia necesitará de mucha penitencia para recuperar el crédito
perdido. Cuando en tan poco tiempo se han producido tres graves
incidentes como el bofetón del tribunal de Estrasburgo sentenciando que
el líder abertzale Arnaldo Otegi fue condenado en un
juicio injusto en la Audiencia Nacional; el fallo del impuesto de las
hipotecas, con el Tribunal Supremo enmendándose a si mismo y
desencadenándose una ola de indignación popular; y el más escandaloso de
todos, que es el caso del 1-O, que instruye el Supremo y que tiene en
una injusta y desproporcionada prisión provisional a nueve presos
políticos catalanes, miembros honorables del Govern, del Parlament y del
asociacionismo cívico y para los que la Fiscalía General del Estado
pide más de 200 años de prisión.
Esta justicia necesita una renovación a fondo. Muy a fondo. Y no que
los que han propiciado algunos de estos estropicios encuentren acomodo.
Pero, a lo mejor, todo esto es muy ingenuo. Y es que, en el fondo, a lo
mejor nadie quiere arreglar nada. Y, a los pocos que deciden, así ya les
va bien. Quizás, incluso, muy bien.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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