Fernando Suárez González, jerarca del franquismo, quiere dar
lecciones de democracia a los demócratas sin renunciar a lo que fue en
los años de la dictadura. Quien fuera uno de los ministros de Franco que
estaban sentados en el Consejo de Ministros que ratificó en septiembre
de 1975 la condena a muerte de Ramón García Sanz, José Luis Sánchez
Bravo, Xosé Humberto Baena Alonso, del Frente Revolucionario
Antifascista y Patriótico (FRAP), y de los acusados de pertenecer a ETA,
Ángel Otaegi Etxeberria y Jon Paredes Manot, Txiqui, concedió una
entrevista a El Mundo
que no tiene desperdicio.
Para empezar, a la pregunta del entrevistador
sobre si, como asegura Pablo Iglesias, hay un ADN franquista en la
derecha española, la respuesta de Suárez no puede ser más sincera:
"Pero, ¿cómo no lo va a haber? El error es considerar eso como un
insulto". Ese es el quid de la cuestión. El orgullo de un franquista
frente a la lucha democrática del FRAP -una organización comunista que
presidía, sin embargo, el antiguo ministro republicano Julio Álvarez del
Vayo y que posteriormente contó con la simpatía del escritor católico
José Bergamín, al que apoyó como senador en 1979-, y de ETA, la
organización armada que hasta 1975 no era ni mucho menos lo que fue
después.
La extrema derecha española va perdiendo ahora el complejo de culpa
que tenia en los años de la Transición. Siempre estuvo viva, aunque
fuese minoritaria como Fuerza Nueva o se escondiese en el PP. Suárez
González, que perteneció a la FET y de las JONS, dirigió el Sindicato
Español Universitario (SEU), y fue procurador en Cortes y ministro de la
dictadura, no puede presumir de una hoja de servicios a favor del ideal
democrático simplemente porque fuese, también, uno de los miembros de
la comisión gubernamental que propició el haraquiri controlado del
franquismo.
El instinto de supervivencia logra milagros. La extrema
derecha estuvo y está en la herencia que nos dejó el franquismo y que no
supimos depurar. Los portugueses, por lo menos, en 1974 mandaron para
el exilio a su dictador, Marcelo Caetano, donde murió el 1980, junto a
Américo Tomás, el presidente de la República salazarista.
La extrema derecha española va mutando con el tiempo, pero siempre
defiende lo mismo. C's, muchos de cuyos promotores son de estirpe
franquista, renueva la herida con un discurso pretendidamente liberal.
Hace unos días, en una conversación privada, expuse esa idea y los
comensales se escandalizaron. Para explicárselo mejor y atenuar su
estupor, les dije que estaba leyendo Contra el odio (Taurus),
de Carolin Emcke, una académica y periodista que organiza y modera un
debate mensual en el Teatro Schaubühne de Berlín sobre conflictos, y que
en él daba las claves de lo que es hoy la extrema derecha en Europa.
Afirma Emcke que casi todos los partidos de extrema derecha, sea en una
versión nacionalconservadora, sea en la versión populista de derechas
—el Partido de la Libertad (PVV) en los Países Bajos, el Frente Nacional
en Francia, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), Fidesz en
Hungría, UKIP en Gran Bretaña, los Demócratas de Suecia, el partido de
los Verdaderos Finlandeses, el Partido del Pueblo Danés, el Partido del
Pueblo Suizo (SVP) o el partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia—
“defienden la idea (o el deseo) de una nación con una cultura y una
religión homogéneas o bien de un pueblo homogéneo”.
¿No les parece a ustedes que la derecha nacionalconservadora (PP) y
la populista de derechas (C's) españolas defienden lo mismo? ¡Claro que
sí! “Libres e iguales”, como dirían los intelectuales que en 2014
crearon esa plataforma chetnik en defensa de la españolidad de
Catalunya, pero los catalanes, los valencianos, los baleares, los
gallegos o los vascos y los navarros tienen que serlo un poco menos. El
pueblo homogéneo habla en castellano, tiene un único sistema de
gobernanza y una memoria histórica homogénea, basada en la idea de que
los vencedores de la Guerra Civil salvaron a España del comunismo.
No idealizo la República, ni los asesinatos perpetrados en el bando
republicano —por eso nunca idealicé a Tarradellas, que fue tan inútil
como Companys al intentar parar los desmanes—, pero la racionalidad —y
la historia— no me permiten exaltar el régimen franquista, que es lo que
viene haciendo el PP desde su fundación como Alianza Popular, o C's
cuando, junto al PP, abandonó la sesión del 10 de octubre de 2013 del
Parlament de Catalunya para no votar la moción presentada por ICV-EUiA
que condenaba de manera solemne “toda declaración o actividad que
comporte cualquier clase de enaltecimiento, trivialización, exculpación o
negación del nazismo, franquismo y el resto de regímenes fascistas”.
Jordi Cañas, entonces diputado y portavoz de C's, se encargó de dejar
claro en que bando se situaba su partido. El ministro franquista les
reclama ahora que sean coherentes y se opongan a la iniciativa
presentada por el PSOE para reformar la Ley de Memoria Histórica. La
tentación autoritaria siempre está al acecho y C's lleva tiempo empleando
un lenguaje y contando la historia del contrato social entre ciudadanos
“libres e iguales” que nada tiene que envidiar a los discursos de José
Antonio.
La mayor preocupación de Suárez González es, sin embargo, que
deslegitimar el franquismo pone en riesgo a la Corona. Dejando a un lado
la estupidez tautológica que le lleva a afirmar que la “República en
España es contra media España. Siempre. La Monarquía no tiene más
preocupación que la de ser de todos”, porque también se podría afirmar
lo contrario y simplemente sería una repetición inútil y viciosa del
mismo tenor, lo dicho por el ministro franquista es una gran verdad: la
restauración de la Monarquía fue “una decisión personalísima de Franco,
no cabe la menor duda, y hay que ver qué patrimonio tan importante
supone para nosotros en la actualidad”.
Lo primero es cierto
históricamente. Lo segundo es un juicio de valor, en especial porque
muchos catalanes sabemos que con el discurso del 3-O Felipe VI se apuntó
al “a por ellos” fascista que cantaban los manifestantes que despedían
en tierras andaluzas a los guardias civiles destinados a Catalunya para
reprimir a los demócratas. Si la Monarquía no estuviese protegida por un
artículo de la Constitución que introdujeron los socialistas en el
Código Penal en 1995, la República podría defenderse en España sin el
temor de acabar con los huesos en la cárcel como el joven rapero
mallorquín Valtònyc.
En la España actual, desacomplejada y extremista, dominada por el
relato posfranquista que difunden políticos, comentaristas y medios de
comunicación, se asciende a general a Pérez de los Cobos, un guardia civil que el 23-F se presentó vestido de falangista para apoyar a Tejero
y el 1-O reprimió con saña a los que acudían a votar en el referéndum
de autodeterminación, mientras el Gobierno legítimo catalán es
perseguido y encarcelado por comprar urnas y ponerlas a disposición de
los ciudadanos para que expresasen libremente su opinión.
Cada día está
más claro que la independencia de Catalunya es la única vía para evitar
el hedor fascistoide que desprenden PP y C's y también para dejar atrás a
la Monarquía. La que impuso Franco o cualquier otra.
(*) Profesor Titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Barcelona
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