miércoles, 26 de octubre de 2016

Previsiones felices / Ramón Cotarelo *

El País continúa en su campaña pro Rajoy, PP, partido más votado, mal menor, aunque no se lo merezca, que todo se ha esgrimido en esta batalla de la comunicación. Ahora es el único que habla de la debilidad de Rajoy. Sigue sin informar de la realidad. La ha cambiado por su fantasía y su deseo. El propio Rajoy lo desmiente, pues se da por vencedor, aunque tenga casi cien diputados menos que en la Xª Legislatura.

En realidad, la Santa Abstención del PSOE ha tenido un efecto euforizante en todos excepto en él mismo. C's ve que sus diputados son necesarios y recuerda orgulloso su pacto con el PP al tiempo que se ofrece a mediar formas de colaboración más estrecha con quien se ponga a tiro. Podemos se considera ya legítimo adalid de la "verdadera" oposición. Eso, por supuesto, lo confina a la irrelevancia parlamentaria. No ha asaltado los cielos, pero ha conseguido un cuarto con derecho a cocina y televisión. El resto habrá devhacerlo en la calle. Así se lo ha comunicado Garzón al Rey, esto es, que ellos serán oposición parlamentaria y extraparlamentaria. Él mismo puede estar en el Parlamento, criticando al gobierno, o en la calle, junto a los que rodean el parlamento, y en ambos sitios pinta lo mismo: nada. En el hemiciclo, porque sus escaños no se lo permiten y fuera del hemiciclo porque él es precisamente un representante de esos de los que los movilizados dicen que no los representan.

¿Y Rajoy? Debilidad, ninguna. Exultante. La Santa Abstención del PSOE ha sido su bautismo en el Jordán. Ha salido un hombre nuevo, un Rajoy distinto. No hay más que oírlo: reclama a los partidos colaboración para la nueva legislatura. Basado en la mucha que él ha prestado a los demás. Promete diálogo para tener un gobierno estable y duradero. Oír a Rajoy prometiendo algo es como viajar en el tiempo, hasta aquellas elecciones que ganó por goleada prometiendo lo contrario de lo que iba a hacer. Y prometiendo diálogo. Menos mal que no piensa cumplir la promesa porque su capacidad ingénita para el diálogo se acaba detrás de una pantalla de plasma.

En todo caso, se las promete muy felices. El PP rebosa satisfacción y lleva su generosidad a ofrecer a C's un puñado de altos cargos de la administración, así como de director general. Lo importante es participar en el banquete. Porque este sigue, según prueba el goteo diario de casos de carácter penal. Lo mejor de la Santa Abstención es, además, que ha sido una absolución (política) de los pecados del pasado. Efectivamente, son pasado. Los jueces juzgan el pasado. Es nuestro pasado, claro que sí pero, una vez bañados en el Jordán de la Abstención, ahora somos otros. Rajoy es otro. Tan otro que El País le atribuye debilidad. Pero no por la Gürtel o por ser el presidente del partido más corrupto de Europa, una presunta asociación de malhechores. Eso son futesas, tonterías de las que ya nadie se acuerda, gracias al PSOE. Su debilidad viene de que precisa dialogar. A la necesidad de dialogar llama El País "debilidad", lo cual lo dice todo sobre España.
Para debilidad y debilidad extrema, el PSOE. La bronca en su interior es descomunal. Es de esperar que sus señorías, cuando haya que abstenerse disciplinadamente, no lleguen a las manos, como esos parlamentos de por ahí en donde los diputados se agarran a mamporros. Superado ese amargo trance del "no" al "no sabe/no contesta", los socialistas tienen por delante tiempos turbulentos. La relación entre el PSOE y el PSC en primerísimo lugar, fiel reflejo de la que hay entre España y Cataluña. Luego, el famoso congreso extraordinario y las no menos famosas primarias, incluida la posibilidad de que el Congreso decida abolirlas y volver a un sistema de selección oligárquica del líder. 
 
Todo abierto y con el partido en acefalia, cosa más complicada de lo que parece. Comienza la legislatura y ¿quién va a decidir la política parlamentaria del PSOE? ¿Quién va a articular la oposición a los proyectos del gobierno? ¿Quién las proposiciones del grupo socialista? ¿La Gestora? Es imposible evitar la convicción de que la Gestora es, en realidad, un consejillo de la señora Díaz, un instrumento en su camino hacia la SG. No deja de tener su grandeza este proyecto, acaudillado por alguien para quien el socialismo es una unidad de significado propio sin nada que ver con la derecha ni con la izquierda. Suena, ¿verdad? Eso tiene al resto del PSOE encendido con un futuro bastante negro a corto plazo.
 
Comienza el baile
Mientras en Madrid el PSOE obedecía al destino, en Vic, un concejal de la CUP obedecía a su conciencia. Por su parte Rajoy aseguraba que lo que hay que obedecer es la ley, de la que él es y será legítimo guardián.

Cualquiera ve que este es el inicio de una actitud colectiva que, probablemente, irá a más. Cuando un concejal actúa según su conciencia y, con ello, se sitúa fuera de ley despierta más simpatías que otro que, por ejemplo, se haya puesto fuera de la ley por haberse apropiado indebidamente unos cuantos millones. Con el primero se solidarizan muchos ciudadanos y algunos hasta lo manifiestan; con el segundo no suele solidarizarse nadie ni manifestarse, aunque a veces pasa, pues España es un país peculiar.

La insistencia de Rajoy en obedecer y hacer obedecer la ley es una perogrullada. Los gobiernos están para eso. Pero también están para aplicar soluciones políticas, negociadas que permitan mejorar la ley cuando esta es cuestionada por medios pacíficos por una colectividad con sus instituciones a la cabeza. De eso, sin embargo, no hay nada en el discurso de la derecha. Y no lo hay porque, para ella, los actos movidos por la conciencia independentista son un mero problema de orden público. Y el orden se mantiene con la aplicación estricta de la ley.

Este criterio convierte toda la política del Estado en relación al independentismo catalán en política represiva. Se moviliza la policía, los tribunales y, si es, necesario, se preparan las cárceles. En ese hilo procesal se encuentran ya un diputado de las Cortes, un expresidente y dos exconsejeras de la Generalitat y la actual presidenta del Parlament. Es difícil no ver que estas actuaciones son contraproducentes para el objetivo de hacer desistir a los independentistas. Cada nuevo acto de represión generará mayor respuesta de desacato y desobediencia, con más frecuentes llamadas a las fuerzas del orden autonómicas a desobedecer a su vez.

Teniendo en cuenta que el gobierno de la Generalitat tiene propósito de seguir con la hoja de ruta, como ha manifestado Homs al Rey y que el bloque independentista en el Congreso votará “no” a Rajoy, lo que se prevé es una escalada de acción (represión) – reacción (desobediencia) de consecuencias imprevisibles. Alguno de los posibles escenarios es que se produzca algún tipo de intervención exterior en forma de mediación, cosa que beneficiará a los independentistas y enfurecerá a los nacionalistas españoles.

De hecho, estos ya han cavado sus trincheras gracias a la abstención del PSOE y formado una línea defensiva de los partidos de la “unión nacional”. Una gran coalición disimulada como gobernabilidad de España. Y con eso se prueba que la situación está tan bloqueada como siempre. Esta vez no por un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda, sino entre España y Cataluña. 
 
Imposible abordar esta cuestión con el código penal en la mano. No es un problema de legalidad, sino de legitimidad, que requiere soluciones políticas negociadas y pactadas. La más evidente de todas, la que lleva planteándose desde el inicio es la realización de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Es algo tan evidente, sobre todo después del ejemplo de Escocia, que no se explica por qué no se ha realizado ya.

Pero el hecho es que no se ha producido y la situación sigue tan bloqueada como antes. Hay una evidente crisis constitucional. Está claro que los políticos llevan el asunto a la confrontación. A lo mejor sería razonable que interviniera el Rey. Al fin y al cabo, está para eso, para arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones. Y quizá una buena forma de conseguirlo sea sugerir a los partidos nacionales españoles la idea de que es mejor un referéndum pactado que uno sin pactar. 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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