La visita del rey Felipe VI a Catalunya y las
importantes protestas que se han producido tanto a nivel institucional
como en la calle ha restado importancia a una noticia que, en
condiciones normales, hubiera adquirido aún mayor visibilidad: las
presiones del Ministerio de Asuntos Exteriores para relevar al cónsul honorario de Finlandia, Albert Ginjaume.
Aunque ningún portavoz del Ministerio ha hablado sobre el tema, las
presiones tienen que ver con un almuerzo celebrado hace unas semanas en
el que Ginjaume, en su condición de secretario general del
cuerpo consular en Catalunya, invitó al almuerzo mensual que celebran
los diplomáticos a la presidenta de la Diputación de Barcelona y
alcaldesa de Sant Cugat, Mercè Conesa.
No consta que el acto fuera especialmente crispado ni que tuviera
tintes de proselitismo de la causa independentista que, por otro lado,
tampoco sería razón para la medida disciplinaria. La cita se centró
básicamente en temas de cooperación municipal y solo al final se abordó
la situación política en Catalunya. Lo dijimos hace unas fechas: el retroceso de las libertades
empieza a ser preocupante cuando se violentan derechos fundamentales.
Si la palabra negociación decayó hace ya tiempo, después pasó a
prohibirse hablar de diálogo y se ha acabado prohibiendo la libertad de
expresión. El objetivo declarado por parte del Gobierno español de
apagar cuantos más altavoces pueda de cualquier alto cargo
independentista choca a veces con situaciones tan estrafalarias como la
vivida por Ginjaume.
Por otro lado, no deja de sorprender la facilidad con que se
consiguen ciertos objetivos. Es cierto que el exministro de Asuntos
Exteriores José Manuel García-Margallo nos previno un
día respecto a la cantidad de favores que España debe a gobiernos de
diferentes países por pedirles que hablaran en público en contra el
proceso independentista. Pero de ahí a presionar a otro país para
desplazar a un cónsul honorario por una acción tan inocua como la
invitación a un cargo público de una formación independentista va un
abismo.
Y no hace sino demostrar el estado de nervios en que se ha
sumido la política internacional española, incapaz de controlar la
evolución del conflicto. Este lunes, sin ir más lejos, el diario británico The Times publicaba
un editorial en el que pedía a España que autorizara el regreso del
president Carles Puigdemont y que se iniciara una fase de diálogo.
Estamos aún muy lejos de este momento pero la posición del diario no
es una excentricidad entre los medios de comunicación internacionales
cada vez más sorprendidos por la incapacidad del Ejecutivo de Mariano
Rajoy de abrir cualquier contacto político por pequeño que sea. Pensar
que se cambiará la opinión pública internacional exigiendo el cese de un
cónsul de otro país por una invitación a un almuerzo que no ha gustado
es, realmente, no entender nada.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
No hay comentarios:
Publicar un comentario