Vuelve El País por su
beligerancia. El "separatismo pacta", una expresión que delata despecho e
inquina. No por lo de "separatismo" sino porque "pacta", en lugar de
obedecer a la realidad que el periódico lleva meses describiendo y estar
a bofetada y navajazo limpias. Y lo del "preso Sánchez" es sublime. A
ver si se les escapa "preso político Sánchez", aunque es poco probable.
Más lo es "delincuente Sánchez", con lo que se entenderá Jordi Sánchez;
si fuera La Razón, cabría la duda de si el mentado era Pedro.
Ahora viene el entretenido juego de a ver cuánto tiempo deja el B155 ser
presidente a Sánchez o cuánto pasa hasta que el Supremo decida
inhabilitarlo. Habrá sus más y sus menos y, contando con los altavoces
en Bruselas y Ginebra, el espectáculo mediático europeo está
garantizado.
Y no solo el espectáculo; también los más profundos debates. Acabo de leer un artículo de un izquierdista alemán en Sozialistiche Alternative, Kampf um Katalonien que
da un buen repaso a la izquierda española. Sí, esa que no está
dispuesta a comprender el carácter de la revolución catalana. Ni
siquiera cuando esta se constituye en República, el régimen que, en
principio, debiera reclamar la izquierda española. Pero no lo hace.
La
peripecia del Borbón en el IMC ha sido impresionante. Un grito de
rechazo de todo un pueblo. Mírelo como quiera el monarca; eso es. Llueve
la pedrea de comentarios. A una queja de Ada Colau, Felipe responde que
él está para defender la Constitución. Es lo de M. Rajoy pero un grado
más porque para eso es rey: Rajoy defiende la ley; Felipe, la
Constitución. Pero ni la una ni la otra se pueden defender contra la
gente, que es la base de su vigencia, porque, si se intenta, ya no es
defender, sino imponer a la fuerza, que es lo que está pasando a ojos
del mundo entero. No se hicieron las gentes para las leyes, sino al
revés.
Virales
se han hecho las fotos con la cara de cabreo, de soberbia herida, del
Borbón. Y la de la vicepresidenta del gobierno. Millo se quedó sin cara,
escondido detrás de su corbata VERDE, haciendo méritos a calificar de
pisaverde. Pero me hubiera gustado ver las caras de los dirigentes de la
izquierda española al ver las de sus mandatarios, su rey. Las caras al
oír la abrumadora cacerolada, los vivas a la República, los fora el Borbon que
se oían en el Palau, el himno de Riego a todo volumen.
Invocando
nombres casi sacrales, como Marx y Lenin, el izquierdismo europeo afea
al español el apoyo al Estado central reaccionario, asimilándolo al que
algunos daban a la Rusia zarista, "cárcel de pueblos".
"¡Ah!"
clama la izquierda española, "España no es el imperio zarista ni una
cárcel de pueblos. España es una nación, respetuosa de su diversidad
interna". Muy respetuosa, pero muy "su" y muy "interna"; una nación que
se puede gobernar toda ella desde la izquierda. Pero, al ser el
independentismo republicano, la izquierda se encuentra con la trágica
paradoja de que para alentar la nación española tiene que servir a la
monarquía.
Esa izquierda no puede propugnar una España republicana
porque todo parecido o cercanía al independentismo es anatema electoral.
No es que la izquierda española no comprenda la República Catalana; es
que no le interesa comprenderla porque la pone ante el espejo de su
propia miseria.
Así
que, gracias a su magnánimo, prudente y amoroso comportamiento, Felipe
VI ha conseguido ser tan rey de Cataluña como lo es de Jerusalén. Y,
despejado este asunto, la República Catalana procederá en breves días a
nombrar un gobierno y reconocer la legitimidad de la presidencia de la
República en el exilio, transitoriamente.
Están
haciendo camino. Es una revolución. Quien diga que esa República no
tiene de tal más que el nombre hará bien en recordar que en España así
suelen ser los debates (incluso a muerte por aquello de la bravura de la
raza), por nombres. El presidente de la República para los
independentistas es un "prófugo" para los unionistas; la República, la
Generalitat; los presos políticos, políticos presos; la declaración de
independencia, un golpe de Estado; el referéndum pacífico del 1-O, un
tumulto sedicioso e ilegal, si no una rebelión violenta y armada que
será juzgada en su día con todas las garantías.
Así
que no hay que alarmarse. Al fin y al cabo, Catalunya puede tener un
presidente preso como podría España misma si las investigaciones de la
Gürtel se llevaran con rigor y justicia.
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