Desde que, con el Renacimiento, la
ciencia política se hiciera empírica y positivista, los teóricos dejaron
de escribir aquellos "espejos de príncipes" (specula principum o principum specula)
en los que desgranaban las virtudes que debieran adornar el recto
comportamiento de los reyes.
Eran los asesores políticos de la Edad
Media. Teólogos, filósofos, legistas trataban de mostrar al soberano el
camino del "buen gobierno" de la tradición platónica. Para los
positivistas de todo tipo eso solo podía ser un empeño moral y, por lo
tanto, no científico y desechable.
Precisamente este es el secreto del exitazo de El príncipe de
Maquiavelo: su doble naturaleza, como el rostro del dios Jano. Con una
cara mira hacia atrás, pues es un típico espejo de príncipes; el último.
Con la otra, adelante, porque prescinde de toda moral y se atiene, como
la ciencia, a los hechos. Pero eso es ya otro asunto. Hace siglos que
no se escriben espejos de príncipes. Y se nota.
Los reyes ya no se
nutren de ellos sino de las consejas de otras fuentes: validos, amantes,
consejillos nobiliarios, confesores, hechiceros, nigromantes,
militares, delincuentes, familiares, ectoplasmas, banqueros, gabinetes
de prensa, comunicadores, spin doctors e influencers. La
saga de los Borbones contiene bastantes de estos ejemplos y, aunque se
observa cierta modernización, el resultado sigue siendo el mismo: el
buen gobierno (al que los positivistas llaman gobernanza) les es tan ajeno como la galaxia Andrómeda.
Tómese el caso de este monarca yendo a inaugurar el Congreso Mundial de Móviles y a quien, por cierto, espera la cacerolada más grande que se haya hecho jamás en
sonora demostración del amor de sus súbditos. A su almuerzo (ya se sabe
que los reyes son de buen yantar) no acudirá ninguna autoridad
catalana. El presidente y vicepresidente de la Generalitat por
imposibilidad metafísica ya que, siendo un exiliado y un preso político
en un país en donde no hay exiliados ni presos políticos, obviamente, no
existen.
El presidente del Parlament, Torrent y la alcaldesa, Colau, en protesta por las cargas del 1-O y la existencia de los innombrables, los
presos políticos cuya sola mención hace saltar de su silla al
presidente del TSJC y a los fiscales, quienes quizá deban actuar en
justicia en este asunto. Imagínese.
Será
pues un almuerzo en familia, con los amigos de toda la vida y las
autoridades españolas destacadas en la colonia, en contacto directo y
sufrido con los aborígenes. Algún paseíllo de corto trecho y a distancia
suficiente para no ver ni escuchar las manifestaciones de sus amados,
aunque no amantes, súbditos. No es una repetición de la fábula del rey
desnudo porque no se necesita niño alguno.
Todos, hasta el rey, saben que el rey va desnudo. Por fuera y por dentro. No entiende nada de lo que pasa. Ni por asomo. Está lleno de ira y despecho, con lo que cada avez se ciega más. No solo no ha leído ningún espejo de príncipe, como sus antepasados, sino que su fuente de información y consejo es un tal M. Rajoy, lector del Marca.
Todos, hasta el rey, saben que el rey va desnudo. Por fuera y por dentro. No entiende nada de lo que pasa. Ni por asomo. Está lleno de ira y despecho, con lo que cada avez se ciega más. No solo no ha leído ningún espejo de príncipe, como sus antepasados, sino que su fuente de información y consejo es un tal M. Rajoy, lector del Marca.
El
monarca o alguien en su nombre envió 10.000 policías a apalear a la
población pacífica y, lo que es peor, dos días después de la bárbara
acción, el rey la respaldaba de palabra, sin tener ninguna para las
víctimas.
A nadie puede extrañar que su persona no sea bienquista en
Catalunya. Y menos que a nadie, a él mismo, sabedor, es de suponer, de
que apalear no es el modo más racional de ganarse el afecto de alguien.
Con esos antecedentes, por tanto, el rey llega seguramente animado del
espíritu de Calígula: "que me odien con tal de que me teman".
Pero
es que no le temen. Y no parece que estén los tiempos para conseguirlo
por los procedimientos de su antepasado, el que no tenía un palito
detrás de la uve.
P.S.
Ya tiene gracia que el Congreso Mundial de Móviles se celebre en
Catalunya, lugar en donde el gobierno prohíbe investir telemáticamente
al presidente de la Generalitat.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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