lunes, 16 de julio de 2018

Borbonia / Ramón Cotarelo *

Toca juzgar al rey emérito. Toca juzgar su reinado. Por eso los poderosos se resisten como gato panza arriba a apear el mando. Porque saben que los van a juzgar. Y no suelen salir bien parados. Precisamente en estos días, la fundación de su nombre abre al público los papeles, el archivo de Felipe González. Es de suponer que debidamente expurgados de forma que quizá sea preciso esperar veinticinco años hasta saber qué pasó realmente con los GAL.

En el caso de la Monarquía, el juicio al rey está ya hecho hace mucho por la opinión pública y es devastador. El rey lleva el sobrenombre de su primer velero, Bribón. De reseñar el cortesanísimo comportamiento de los medios de comunicación, todos a una al quite y a encubrir las bribonadas del sujeto. Episodios ha habido en su vida que requerirían un Valle Inclán que retrató la de su tatarabuela Isabel II. Isabel es el nombre que acompaña a las dos Españas, la ascendente de la Iª y la desfalleciente de la IIª. 

Comienza una batalla mediática, política, con ambición de convertirse en judicial, por llevar al ciudadano Juan de Borbón ante los tribunales. A la defensa acuden prestos los tres partidos dinásticos PP, PSOE, C's y todos los medios de comunicación impresos y audiovisuales así como algunos digitales. Encabeza la cruzada por el trono y el altar el siempre fiel ABC que, en recuerdo de sus mejores tiempos, se inventa una encuesta con un 70% de ciudadanos en España dispuestos a dejarse matar por su rey que tanto lo merece. En contra, una alianza de la escasa izquierda republicana con el más escaso republicanismo muy fraccionado.

Más complejo es el juicio a la Monarquía, que ya afecta al sucesor. Una ministra del gobierno Sánchez ha señalado que el hijo no hereda los posibles pecados del padre y tampoco de la hermana y el cuñado. Sin duda, pero la Monarquía está tocada en todos sus flancos. La corte es un patio de monipodio con una autoridad moral nula. El ejercicio del monarca, perfectamente anodino. El incumplimiento de su función como árbitro y moderador de las instituciones, clamoroso. 

El desastre definitivo de la institución fue el discurso del tres de octubre de 2017 en el que el rey se alineó incondicionalmente con una de las partes del conflicto, respaldando su agresiva política de represión y, por ello mismo, alentando su intensificación. En esa amenazadora arenga perdió Felipe VI el poco recurso que le quedaba a una hipotética legitimidad. 

Catalunya triunfante será republicana. La insistencia de Torra en que el Borbón se disculpe por el discurso de marras y, por tanto, por el 1-O, le da la base para poco menos que declarar Catalunya entera tierra libre de Borbones. El rey tiene el extraño privilegio de ser persona non grata en algunos municipios catalanes. Un poco más y consigue que lo declare persona non grata el Parlament.

Otra cosa será el destino de la Monarquía en España. Pero eso es algo que habrán de decidir los españoles cuando se decidan a decidir algo.  
 


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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